lunes, 28 de enero de 2008

Odiar a Chile

Hola.

Pues bien, hace mucho tiempo que no escribo algo. La verdad es que me da mucha flojera hacerlo. Hace tiempo que he tenido en mente, hablar sobre el sentimiento patriota; es que cada día que pasa lo encuentro mas inconsecuente, y ajeno. Posiblemente, me estoy convirtiendo en un “anti-chileno”, aunque yo diría que solo no estoy limitado por el patriotismo.

Más allá del concepto en si, no puedo comprender a las personas que adoptan el sentimiento nacionalista. Cosas como “Viva Chile”, son sentimientos que no comprendo. En fín, hay varias inconsecuencias en declararse patriota, orgulloso de la nación, entre otras frases, pero como dije anteriormente, me da mucha flojera escribir sobre eso, pero lo haré, lo prometo.

Por ahora, dejaré un escrito hecho por Marcelo Mellado. Extrañamente, creo que me estoy convirtiendo en fan suyo, o más bien, estoy adquiriendo una adicción por lo que escribe. Es que mas allá de lo que escribe en si, envidio la pluma de él, o la de Hermógenes Pérez de Arce, aunque claro, poner un texto de este último, hubiese estado demaciado distanciado de mis “valores”. En todo caso, no me quejo, la verdad es que nunca he sido humanista (desde el punto de vista educacional), siempre he sido científico.

Bueno, aquí dejo un texto de Marcelo Mellado. Me gustó bastante, pero no corresponde al análisis del nacionalismo (o más bien de los nacionalistas) que he tenido en mente desde hace un tiempo. Espero que no se enoje por ocupar una columna sola para cubrir mi flojera.

Odiar A Chile (los negocios de la Ira).

(por Marcelo Mellado).

Pertenezco a un pequeño grupo de chilenos neuróticos que odia Chile. No somos una agrupación formal, ni mucho menos, sólo una expresión latente de un cierto malestar en la cultura y, al parecer, un síntoma decadentón y algo conservador. Nos guía una conciencia crítica de sujetos sobrevalorados por los relatos megalómanos de los que fuimos parte, como personajes incidentales. ¿Qué se odia? El relato Chile. Los giros liberales (neo) y sus efluvios patéticos: cursilería clase mediana, chulería socialista, sofisticación ciucoide y proletariado depravado por sobredosis (de deseo) de consumo. Eso, más o menos.

Somos garantes de una moral arcaica, casi republicana, algo solidarios, y, a veces exhibimos, con leve impudencia, un cierto orgullo bolchevique, también le tenemos un poquito de espíritu conciliar, pero nunca progresistas, al estilo de la nueva izquierda. Rechazamos el desvío ético de los perros concertados que incorporan patológicamente la normalidad post(pre)capitalista. Siempre en un estilo agresivo y descalificatorio, como tribu en trance identidario, aquejada, por lo tanto, de certezas profundas.

Parte de la práctica odiosa consiste en ejercer una operación coprolálico crítica, algo así como un dispositivo teórico, consistente básicamente en echar chuchadas contra nuestros compatriotas indignos: “chilenos culia`os, mal nacidos, huachos malditos, hijos de un aborto mal hecho, productos de una masturbación al voleo o efecto patético de la cacha de un cuico”, etc. Siempre focalizando el odio hacia esa porción de chilenos perversos, de esos que la llevan en sus lamedores o sobadores de lomo, picantes todos, y que le dan a la marca “Chile”” el significado que tiene en el mercado internacional de las identidades.

Y para finalizar o comenzar la jornada uno hace el listado de los que hay que asesinar por higiene pública. Así de simple. El proyecto odioso supone el asesinato (de imagen y otros) y el linchamiento, porque los rotos tenemos hambre y sed de justicia. En la lista de los que hay que asesinar hoy día, por ejemplo, puede aparecer un Solabarrieta, el pije charcha de Francisco Vidal, un candidato a alcalde UDI de comuna pobre, de esos que usan poleras Polo, y algún perro concertacionista o de derecha, da igual, y alguna basura antropomórfica menor. Toda una obsesión cívica que corrige conductas.

La impunidad y la impudicia con que los cerdos comparecen públicamente, es insoportable para este proyecto de higiene pública. No podemos soportar compartir la democracia con los perros que abusan de ella. En el fondo, lo único que uno quería es ocupar el lugar de Hermógenes en el paisaje político, aunque invirtiendo algunos conceptos. Lo intento. Me declaro stalinista y, para darle más color, en versión maoísta. Recuerdo que ciertos economistas liberales neo, hijos pródigos de la dictadura, aquejados del síndrome iniciativo místico, citaban las metáforas bélicas del Arte de la Guerra de Sun Tzu, incluyendo al mismísimo Mao, como guía para operar los negocios: “si el enemigo avanza, yo retrocedo y viceversa”, “dar donde mas duela”, “atacar el flanco mas débil”, etc. En fin, mucho sentido común belicista convertido en poética de la mala fe, aplicado al mercado. En el fondo, se trataría de operar cierta voluntad de paradoja. Nunca hacer lo que el adversario o la competencia pretende. Es decir, hay que innovar en la lucha de los negocios.

Ser el Hermógenes de la izquierda. Y no solamente defender lo indefendible, sino, sobre todo, por una pasión irrefrenable por lo inmotivado y paradojal, quizás debería decir, por barroquismo retórico-político, lo que me delataría de un negocio necesariamente fracasado. Al saber, el Chile de mí. El mío y el de él. El sujeto encarnado en el proyecto poético de bruno Vidal. Quizás la ocupación del discurso no manifiesto de la criminalidad fascista. El objetivo de algo como esto es reconstruir el muro, porque es más rentable para la economía simbólica. No habría habido ni Torres gemelas ni Osetia del norte.

Las figuras que hace un sujeto odioso, debiéramos decir apasionado, van más allá del lenguaje, es la acción de un cuerpo que habla desde un lugar deshabitado, el mundo que no está, que no se pudo reconstruir, y que sólo la palabra odiosa sustituye, en parte, reconstruyendo la utopía a pura chuchá o a golpe de maldiciones. El odio es el amor de lo perdido.